Barcelona en 1946
Yo había estado tres años en Madrid en la Escuela de Automovilismo del Ejercito, pero realmente estábamos en el campo en la carretera de Andalucía a seis Km. de la Plaza de Legazpi . Cuando llegué a Barcelona, sí que me tocó vivir en la ciudad y pude ver lo sucia que estaba. Lo primero que me fijé, precisamente en Las Ramblas era la cantidad de ancianos que iban recogiendo las colillas de tabaco del suelo, era impresionante, el asco que me daba. Esto no fue nada para cuando un día que me introduje en el Raval y en la calle Conde del Asalto vi los montones de tabaco sacado de esas colillas que lo vendían encima de unos grandes pañuelos en el suelo de las aceras. Era tabaco negro, asqueroso, era pura nicotina, el pobre que fumase de aquel tabaco, tenía los días contados. Otra sorpresa fueron los hombres anuncio, que en grupo se paseaban por Las Ramblas con un gran cartel sobre sus hombros y allí se anunciaba de todo, cines, teatros, frontones, menos iglesias de todo, ¡qué pena me daban, pobres hombres, todos mayores, seguramente lo hacían por dos reales! Otra cosa que no podía soportar eran los escupitajos que había por el suelo; no era de extrañar, con tanto fumador, todo eran toses inacabables y flemas. Otro descubrimiento. Conocí a un joven aragonés, recién venido y que aún no tenia trabajo, que al final de las Ramblas en una calle perpendicular había un mercadillo de ropa y había trajes nuevos. Va y se compró uno, lo comenté en el Banco donde yo trabajaba y me dijeron que eran tan baratos porque eran sacados del cementerio. De noche iban unos ratas, abrían los nichos y las cajas y desnudaban a los difuntos que naturalmente sus familiares les habían puesto de mortaja las mejores ropas que tenían y ellos lo vendían luego en los mercadillos, donde solo los incautos, necesitados o forasteros lo compraban Eso si, luego cerraban la caja y nadie se enteraba. No hablo nada de las cacas de los perros por las calles, tenías que ir siempre mirando al suelo. Un día, la Delegada Nacional de los Logopedas me estaba enseñando el Barrio Gótico al lado de la Catedral, cuando desde una ventana de no se que piso gritaron ¡AGUA VA ¡ y le cayó el agua sucia de un recipiente y le dejó el vestido hecho una pena. Me dijo, esto lo hacen aquí desde los romanos.
Esta era la ciudad oscura, pero había otra muy diferente, con procesiones, desfiles, pajaritos y flores en Las Ramblas y sobre todo pintores, fotógrafos, hombres estatua y una enorme cantidad de gente que se reunía en el paseo para hablar y hablar y sobre todo las iglesias llenas por muchas misas que hubiera. Era la cara bonita de Barcelona.
Yo había estado tres años en Madrid en la Escuela de Automovilismo del Ejercito, pero realmente estábamos en el campo en la carretera de Andalucía a seis Km. de la Plaza de Legazpi . Cuando llegué a Barcelona, sí que me tocó vivir en la ciudad y pude ver lo sucia que estaba. Lo primero que me fijé, precisamente en Las Ramblas era la cantidad de ancianos que iban recogiendo las colillas de tabaco del suelo, era impresionante, el asco que me daba. Esto no fue nada para cuando un día que me introduje en el Raval y en la calle Conde del Asalto vi los montones de tabaco sacado de esas colillas que lo vendían encima de unos grandes pañuelos en el suelo de las aceras. Era tabaco negro, asqueroso, era pura nicotina, el pobre que fumase de aquel tabaco, tenía los días contados. Otra sorpresa fueron los hombres anuncio, que en grupo se paseaban por Las Ramblas con un gran cartel sobre sus hombros y allí se anunciaba de todo, cines, teatros, frontones, menos iglesias de todo, ¡qué pena me daban, pobres hombres, todos mayores, seguramente lo hacían por dos reales! Otra cosa que no podía soportar eran los escupitajos que había por el suelo; no era de extrañar, con tanto fumador, todo eran toses inacabables y flemas. Otro descubrimiento. Conocí a un joven aragonés, recién venido y que aún no tenia trabajo, que al final de las Ramblas en una calle perpendicular había un mercadillo de ropa y había trajes nuevos. Va y se compró uno, lo comenté en el Banco donde yo trabajaba y me dijeron que eran tan baratos porque eran sacados del cementerio. De noche iban unos ratas, abrían los nichos y las cajas y desnudaban a los difuntos que naturalmente sus familiares les habían puesto de mortaja las mejores ropas que tenían y ellos lo vendían luego en los mercadillos, donde solo los incautos, necesitados o forasteros lo compraban Eso si, luego cerraban la caja y nadie se enteraba. No hablo nada de las cacas de los perros por las calles, tenías que ir siempre mirando al suelo. Un día, la Delegada Nacional de los Logopedas me estaba enseñando el Barrio Gótico al lado de la Catedral, cuando desde una ventana de no se que piso gritaron ¡AGUA VA ¡ y le cayó el agua sucia de un recipiente y le dejó el vestido hecho una pena. Me dijo, esto lo hacen aquí desde los romanos.
Esta era la ciudad oscura, pero había otra muy diferente, con procesiones, desfiles, pajaritos y flores en Las Ramblas y sobre todo pintores, fotógrafos, hombres estatua y una enorme cantidad de gente que se reunía en el paseo para hablar y hablar y sobre todo las iglesias llenas por muchas misas que hubiera. Era la cara bonita de Barcelona.
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