viernes, 31 de octubre de 2014

P.Jose Luis Oses 1978

Hoy os quiero presentar aquí la vida de un ilustre sangüesino, Capuchino, que a mí cuando leí en las Crónicas del P. Lucio su vida y sobre todo su entierro, me emocionó. Quizá porque le conocí en vida en uno de aquellos viajes que venía de Misiones a visitar a su familia. Era joven, alegre y siempre admitía las bromas, fuerte como sus hermanos y de mucha personalidad. Si leéis su vida os daréis de cuenta la vida de estudio y sobre todo su obra consagrada a la dedicación a los demás. Mucha tuvo que ser su labor de formación cuando le hicieron sus alumnas el entierro que ahora comentaré. En una carretera de México, en una curva un autobús le cerró el paso y aplastó su coche, por el lado del conductor, que era él. Murió instantáneamente, iba con 7 principiantas y murió una de ellas. Aún tuvo fuerzas para decirles a sus alumnas una frase emocionante que la leeréis en la Crónica. Causó una gran conmoción lo mismo allá, que en Sangüesa. Más de veinte monjas llevaron su ataúd a hombros cantando durante el camino. Más de cien monjas capuchinas le cantaron una ranchera ante su fosa y todo el pueblo, ricos y pobres llevaban una flor que la fueron depositando en la fosa, hasta que los enterradores dijeron ¡basta! que la fosa hay que llenarla de tierra. Impresionante. ¿Os imagináis veinte Vírgenes peleándose por llevarle a hombros? Y ¿cantando una canción tras otra? ¿Era un funeral o era una procesión? Es como para llevarlo al cine. Ni los mayores personajes políticos o militares pueden pretender un acto parecido. Y no sigo porque al escribirlo aún me emociono.¡Gloria a ti José Javier

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