lunes, 26 de septiembre de 2011

Muerte de un carlista 1874

Vivencias personales

La muerte del Porruzo

Otra de las historias que yo oí contar a los amigos de mi abuelo estando él fallecido y de cuerpo presente.

Era en tiempos de las guerras carlistas, unas guerras muy crueles donde no había prisioneros. En Sangüesa se encontraban acuarteladas las fuerzas de ambos bandos, unos y otros tenían allí su cuartel y su hospital. Había cuatro fuertes o castilletes, dos en la orilla derecha del rio Aragón, donde se encontraba el Castillón, antigua residencia del Merino y otros dos en la izquierda, uno cerca de la Basílica de San Babil y el otro en la esquina donde hoy se alzan los antiguos chalets de la papelera. Mi abuelo ya me contaba que cuando eran mozalbetes los carlistas les contrataban para que, subidos en los olivos del Llano del Real les avisasen si veían venir tropas de la parte se Sos del Rey Católico que era una zona donde no había carlistas. Los dos fuertes de la orilla derecha eran de los carlistas y los dos de la izquierda eran de los liberales. Cuando tocaban diana, todo el mundo en pié y a ocupar sus respectivas posiciones, cada uno atacaba por donde los mandos habían señalado y repito, no había prisioneros. Las fuerzas eran móviles y muy escasas y no se podían permitir el lujo de crear campos de prisioneros.
Este es el caso que nos ocupa. El vecino carlista de Sangüesa, Bernabé Martínez Redin , de 34 años se encontraba peleando en la cantera del Pilón sobre los Burales , cuando tocaron retirada y en ese momento una bala de los liberales le dio en una pierna y se la partió. Comenzó a dar gritos a los compañeros que se retiraban pidiéndoles que lo mataran, cosa a la que se resistían los que lo veían hasta que uno que pasó cerca, se hizo cargo de la situación y le descerrajó un tiro en la cabeza.
La situación era desesperada, con la pierna rota Bernabé veía que no podía huir y los liberales no iban a gastar una sola bala en matarlo, así que lo iban a hacer con las bayonetas y la muerte que le esperaba, iba ser horrible, por eso pedía a sus compañeros y amigos que lo mataran, cosa que uno que se hizo cargo del momento no dudó en descerrajarle un tiro en la cabeza.
Eso sí, cuando tocaban alto el fuego, abandonaban sus posiciones y bajaban al pueblo a beber vino todos juntos. Se retiraban a sus cuarteles, que eran las iglesias y a descansar hasta la mañana siguiente que tocaban diana.
Esta es la muerte de ese valiente vecino de Sangüesa que murió por la causa que él defendía.

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