MUERTE DEL COCOLLO
Yo tenia un abuelo paterno, Sebastian,
pequeño pero de un carácter fuerte, se pasaba la tarde de los domingos
cantando. Siempre estaba alegre. Debía de ser un trasto, porque cuando
falleció, vinieron los amigos de la cuadrilla y estando él de cuerpo presente
comenzaron a contar todas sus andanzas de jóvenes y éste es el recuerdo que
guardo. Repito que en aquellos tiempos por cualquier cosa, los hombres casados
o solteros discutían y elevaban la voz para hacer valer su razón delante de los
presentes. Las historias eran de todas clases y colores y relataron varias de
ls últimas muertes violentas que hubo en Sangüesa. La que más me impacto, fue
la muerte de Pedro el Cocollo. Se pasaban la tarde en la taberna bebiendo vino
y merendando. La merienda era casi
siempre la misma, una tajada de pan y una sardina arenque de cubo y vino y mas
vino. Igual bebían cada uno tres o cuatro litros por barba. Eso si después de
comer en la iglesia se rezaba el Rosario y al
salir , todos a las tabernas, pues había mas de una. Como es natural
pasada la tarde, una palabra con segunda, un empujón sin querer queriendo, hacían
renacer viejas contiendas guardadas en el alma y por menos de nada sucedían las
riñas, casi siempre verbales pero alguna vez a boleos. Así sucedió una tarde.
Dos hombres ya casados se pelearon, el uno era mucho más fuerte que el otro y
se retaron a pelear en el camino de San Babil, frente a la peña, a muerte y el
que ganase, se comprometía a tirar al otro desde aquella altura al río. No existía
el camino que junto al rio va ahora a las huertas. Efectivamente, allá se fueron, pelearon y como era natural
ganó el fuerte pero no quiso cumplir lo establecido y cojió al hombro a su
contrincante y se lo trajo al pueblo,
con la benigna idea de presentarlo a los amigos como trofeo. De donde se
pelearon al pueblo, hay unos 600
metros y una
fuerte cuesta y claro, como ya había gastado muchas fuerzas en la pelea y esa distancia,
con ese peso al hombro que serian por lo menos 60kilos, llego al pueblo extenuado.
Mientras el vencido, se iba reponiendo y justo antes de pasar la puerta del
castillo, en la Galería, le robó la navaja de la faja a su vencedor y se la
clavo en la espalda y donde pudo y lo mató. Supongo que le pondrían alguna
multa o algo de cárcel. Pero luego, cuando se emborrachaba y lo hacia con frecuencia,
iba a casa de la viuda que estaba en una gran casa posada que había en la calle
Mediavilla pared con pared con Casa de Labiano y a limpio grito decía ¡Fulana,
cuantas patadas va a llevar la calavera de Pedro! La conciencia le remordía el alma, porque el
difunto tenia que haber sido él, por haber perdido la riña y haberlo matado a
traición.
Habrá mas historia de aquella
tarde del fallecimiento de mi abuelo.
Cuando lo llevábamos a enterrar, un vecino gritó ¡Aun
cantará!
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